miércoles, 30 de junio de 2010

La sombra de la "Barbie"



Podría decirse que a Mazatlán le tocó bailar con la más fea. Fue la última de las ciudades importantes donde el narco se refugió desde que estalló la guerra en el cártel de Sinaloa, con manifestaciones de violencia inimaginables para los mazatlecos. Balaceras en centros comerciales, secuestros, rehenes, decapitados. Y por si fuera poco, un anuncio oficial que aterra por sí mismo: llegaron Los Zetas.

Si alguien llega de afuera y observa el malecón de Mazatlán a las seis de la tarde, en el tramo que va del Valentinos a los Monos bichis, no puede imaginar lo que esconde esta ciudad. Cientos de hombres y mujeres, niños, niñas y ancianos se pasean y hacen ejercicio a lo largo de ocho kilómetros. Patinan, corren en bicicleta y sacan a sus perros. O simplemente contemplan el ocaso, inigualable desde La Perla del Pacífico. La algarabía es contagiante. La mayoría son de aquí, pero también hay turistas y gringos radicados temporalmente en el puerto.


Desde cualquier punto podrían trazarse líneas para reinventar el paraíso, de no ser por una hilera de Mercedes Benz y Hummers que atraviesa la avenida del Mar, a vuelta de rueda. Decenas de soldados en posición de guerra escudriñan cada rincón. Dan vuelta en la avenida Insurgentes y en cuanto bajan detienen una camioneta. Revisión obligatoria. Nombre y documentos. El lugar de origen es lo más importante por el momento. Desde que se detiene un vehículo se encienden los focos amarillos, pero si el conductor es de Tamaulipas, Guerrero o Nayarit, la alerta es máxima.

Tarde de Mazatlán. La sombra del terror.


Se acaba la calma

Mazatlán estuvo tranquilo todavía meses después de que estalló la guerra en el cártel de Sinaloa. Era notoria la calma, que contrastaba con la violencia disparada en Culiacán, Navolato, Guamúchil, Guasave y Los Mochis. Sobre todo las primeras semanas del conflicto, familias enteras de narcos emigraron al puerto. Los jóvenes se iban los fines de semana y muchos mejor se quedaron allá una temporada. Luego buscaron otros refugios, en el país y en el extranjero.

Era natural este proceso, pues durante años las familias narcas de Sinaloa han estado adquiriendo propiedades en Mazatlán: terrenos, residencias, condominios, penthouses. Pero también hacen negocios: tienen restaurantes, antros, burdeles, comercios; invierten en la industria inmobiliaria, compran barcos camaroneros. Y, por si fuera poco, le meten dinero a la política. Con el tiempo, el narco se mimetiza en la vida cotidiana y al revés… hasta que estalla la bomba.

Hasta ahora, en Mazatlán no destacaba la violencia de alto impacto. No comparada con lo que ocurre “normalmente” en el centro del estado. Pero en agosto, cuando en el resto de la entidad se vivía un cierto reflujo en las ejecuciones y ajustes de cuentas, ésta se disparó. Con dos elementos adicionales: uno, la participación de células delictivas que antes no tenían presencia aquí. Y dos, la crueldad en las formas de matar. Como había ocurrido en Culiacán, Navolato y Guasave semanas atrás, también en Mazatlán los narcos adoptaron un nuevo verbo: decapitar.

Sobre todo en algunos hechos delictivos se ha detectado la presencia de sicarios que han llegado de otros estados, principalmente de Guerrero y Nayarit. Esto, aunado a indicios y narcomensajes que se han encontrado en algunas de las balaceras y ejecuciones, han llevado a las autoridades a establecer que existen en Mazatlán células de la alianza Zetas-Arturo Beltrán Leyva, que se presume existe desde poco antes de que éste le declarara la guerra a Joaquín el Chapo Guzmán, que a su vez sostiene una alianza con Ismael el Mayo Zambada, Ignacio Coronel y Víctor Emilio Cázarez Salazar.

Y nunca había sido tan claro el reconocimiento oficial de esta presencia criminal en Mazatlán, hasta que, después de una cruenta balacera, fueron detenidos el sábado 27 de septiembre ocho sicarios, siete de origen nayarita y uno, el cabecilla de la banda, oriundo de Acapulco, Guerrero.

En el primer informe de la vocería oficial del Operativo Culiacán-Navolato (que de facto se extendió a toda la entidad), solo daba cuenta de los hechos. Un intento de asalto, la intercepción de la Policía Municipal, la persecución, el cerco, la detención de ocho sicarios y el aseguramiento de sus armas.

Los detenidos fueron José Guadalupe Ponce Bahena, de 20 años de edad, originario de Acapulco Guerrero; Alfredo Millán Flores, de 23 años de edad, originario de la Silla, Tepic, Nayarit; Efraín Salas Canares, de 30 años de edad, originario de San Francisco del Nayarit, Nayarit; Alejandro Acuña Miliano, de 16 años de edad (¿?), originario de Tepic, Nayarit; Sergio Ramos Lamas, el Chocolate, de 20 años de edad, originario de Tepic, Nayarit; Alfonso Lucas García, de 19 años de edad, originario de Presidio, Nayarit; Audroncio Lamas Lucas, de 25 años de edad, originario de Presidio, Nayarit y Santos Llamas Simón, de 25 años, originario de Rosa Morada, Nayarit.

Fue hasta el día siguiente que el Gobierno dijo a qué organización pertenecía el grupo. En el siguiente boletín se informó que “los delincuentes detenidos por personal militar, de la Armada de México y fuerzas policiales de los tres niveles de gobierno, ayer sábado 27 de septiembre, luego de que pretendieran robar en la construcción del hotel ‘Esmerald Bay’ ubicado en la carretera Cerritos El Habal, del puerto de Mazatlán, Sinaloa, reconocieron ser una célula de Los Zetas la cual fue contratada al servicio de la organización delictiva ‘Beltrán Leyva’ ya que trabajaban para Arturo Beltrán Leyva el Barba cerrada en el municipio de Mazatlán”.

Las primeras pesquisas e información proporcionada por los detenidos es que tenían entre uno y dos meses de haber llegado a la ciudad de Mazatlán, y que habían sido contratados por un individuo al que refieren con el alias del Cuatro, quien les pagaba cinco mil pesos a la semana por realizar sus actividades delictivas en el puerto de Mazatlán y sur del estado, las cuales eran ordenadas por Édgar Valdez Villarreal el Mayor y/o la Barbie, el cual es identificado como uno de los cabecillas de la organización criminal conocida como Los Zetas. Estos delincuentes fueron reclutados en el estado de Nayarit y las armas las traían desde el estado de Guerrero.

De acuerdo con la misma información oficial, algunos de los detenidos señalaron haber participado en los siguientes hechos delictuosos: el homicidio de dos elementos de la Policía Federal Preventiva, División Caminos, el 12 de agosto de 2008; el homicidio y decapitación de cuatro personas cuyos cuerpos quedaron en el interior de una camioneta que se localizó en el fraccionamiento El Toreo del municipio de Mazatlán el 12 de septiembre; privaron de la libertad, asesinaron y decapitaron al policía municipal y después dejaron su cabeza “viendo” hacia el Cecjude del puerto de Mazatlán el 18 de septiembre del 2008; homicidio y decapitación de las tres personas que aparecieron en las inmediaciones del Huajote, municipio de Concordia, Sinaloa, el pasado 25 de septiembre del 2008.

El patrón del Mayor, decía el mismo comunicado, es un individuo al que conocen con el alias del Chaguín, quien junto con Lucio Miguel Cruz Torres y Manuel Luján Bañuelos, el Manuelillo, controlan las operaciones delictivas en la plaza de Mazatlán.

No hubo, de la parte oficial, información adicional. Apoyado en fuentes federales, Ríodoce pudo establecer que el Chaguín opera desde hace tiempo en Nayarit y que en su etapa más reciente está siendo apoyado financieramente por un hermano del extinto Carlos Tirado Lizárraga, el Carlillos, asesinado junto con once de sus sicarios el 16 febrero de 2005.

Caras de terror

Sean los nombres o los hechos, en Mazatlán la violencia ha trastocado los planes de gobierno y la vida misma del puerto. El alcalde Jorge Abel López Sánchez destinará más recursos a la seguridad que a ningún otro programa. No hay, dice, un problema que le quite el sueño más que éste. Mientras, los jefes policiacos se encierran en su mutismo. El secretario de Seguridad Pública, Gilberto Acuña Armenta, mejor no quiere hablar del tema. Esquiva las preguntas y se esconde en el mismo miedo de las corporaciones federales, que tampoco hablan.

Los policías municipales tienen miedo, aunque son ellos los que se han llevado todo el mérito en los principales golpes que ha recibido el “sicariato”, sobre todo en la aprehensión de los ocho gatilleros del 27, y de los otros ocho detenidos el viernes 3 de octubre.

Esto, a pesar de que no sobran los recursos. Una visita a las instalaciones de la Policía Municipal basta para comprender el tamaño del desafío en tan precarias condiciones. No hay seguridad en los accesos. Dos o tres policías panzones ven pasar a las visitas mientras comen jícamas y chimichangas. “Ni modo —dice el secretario—, no los puedo traer arriba de las patrullas y son los que se quedan aquí. Nos faltan patrullas, nos faltan hombres, armas, recursos, pero con lo que tenemos le estamos haciendo frente a la situación”.

Ismael Bojórquez y Cayetano Osuna.

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